
.
.
El simple hecho de existir y asumirse fuera del sistema sexo-género hegemónico es un acto político. El ordenamiento estatal cisheteropatriarcal atraviesa los cuerpos y relega a las periferias a la diferencia; a las mujeres les niega el derecho de decidir sobre sus cuerpos; a los homosexuales a casarse con las personas que aman; a las personas trans se les borra el derecho a la identidad. En el peor de los casos, la exclusión toma forma de crímenes de odio, decenas han sido asesinados por el simple hecho de ser homosexual o trans.
Pensar las orientaciones sexuales, identidades y expresiones de género como algo político permite entender de mejor forma las dinámicas sistémicas de discriminación y exclusión a la diversidad. La sociedad y, por tanto, el Estado, se ha producido con base en instituciones impuestas históricamente, ello explica la patologización y prohibición de la homosexualidad durante el siglo XX y aún persistente en algunos países. Lo personal es político porque los derechos humanos están siendo condicionados a encajar dentro de un sistema sexo-género hegemónico.
Por otro lado, la Ciudad de México es un lugar repleto de contrastes socioeconómicos atribuibles a la desigualdad producida por el capitalismo. En cuanto a los derechos de la comunidad Lésbico, Gay, Bisexual, Travesti, Transexual, Transgénero Intersexual, Queer (y demás disidencias sexo-genéricas) (LGBTTTIQ+), es la ciudad con mayor avance e inclusión en México, sin embargo, aún existen desigualdades precisas de analizar.
A lo largo de este artículo, se analizarán de manera general las condiciones en las cuales las personas de la comunidad LGBTTTIQ+ ocupan los espacios públicos de la Ciudad de México, donde, en la lógica de servir al capital, generan desigualdad. Para ello, además de tomar en cuenta las identidades sexo-genéricas, es impresindible considerar cuestiones de clase.
Producción y ocupación del espacio público
El espacio público es una producción social, es creado y ocupado por sujetos quienes históricamente han aceptado algunas prácticas al mismo tiempo que rechazan otras. Lo anterior, resume la propuesta del sociólogo francés Henry Lefebvre, permite entender la ciudad como un territorio político en el cual cohabitan distintas identidades con diferentes grados de legitimación.
De esta forma, las ciudades que habitamos son reflejo de las prácticas y sujetos quienes histórica y hegemónicamente las han producido y ocupado. Desde las identidades concernientes con el sistema sexo-género, se observa un espacio público producido por y para el hombre heterosexual cisgénero. En este punto es preciso señalar que los espacios se han producido, además, en la lógica capitalista para servir a la producción y el consumo.
Bajo esta perspectiva, las disidencias del sistema sexo-género hegemónico son excluidas de los espacios públicos. En otras palabras, esto explica porqué ha costado tanto esfuerzo lograr que parejas homosexuales puedan pasearse en los parques sin ser vistos bajo el desdén o, peor aún, con manifestaciones de violencia en su contra.
En la Ciudad de México, hasta antes de la popularidad de la Zona Rosa (de la cual se hablará más adelante), las personas de la comunidad LGBTTTIQ+ solían tener espacios seguros en lo privado. Ejemplo de ello, fue el hito capital de la homocultura mexicana: el famoso “Baile de los 41”, del cual incluso hasta se ha filmado una película. Por mucho tiempo en la historia de la capital mexicana, las calles, los parques, las alamedas y también los espacios de trabajo, fueron ocupados exclusivamente por las prácticas cisheteronormativas.
No había marchas del día del orgullo ni demostraciones homoafectivas en vía pública; por largas décadas la diversidad fue violentamente reprimida. A pesar de que hoy en día, afortunadamente el panorama ha cambiado; aún existen luchas pendientes en cuanto a la ocupación del espacio público por parte de las disidencias del sistema sexo-género hegemónico en la Ciudad de México. Esto porque la seguridad y libertad conseguidas no han sido uniformes y están lejos de ser universales; los espacios (medianamente) seguros para la comunidad LGBTTTIQ+ se han limitado a aquellos útiles para el capitalismo.
Globalización y capitalismo rosa
Los productos culturales en la globalización tienden hacia la homogeneización, actualmente la sociedad internacional de pronto parece desdibujar toda diversidad bajo una pujante monocultura global. La televisión, la música, el cine y prácticamente todo tipo de arte se han convertido en una mercancía más del capitalismo y, en este escenario, existe un oligopolio encabezado por Estados Unidos y la fetichización del consumo.
Los aparatos culturales, por tanto, se venden como entretenimiento aunque también constituyen verdaderas herramientas de poder suave en un mundo hiperconectado. Las construcciones socioculturales de la cotidianidad forman subjetividades definidas por los centros de poder, de esta forma se ha impuesto un estilo de vida aspiracionista, consumista y con estándares eurocentristas y anglosajones.
En cuanto al capitalismo rosa (o arcoíris), este es una muestra más de que para el capital económico lo importante es la producción y el consumo. En la historia de las luchas políticas de la comunidad LGBTTTIQ+ siempre ha habido rechazo, violencia y discriminación por parte del sistema sexo-género hegemónico, sin embargo, este escenario ha cambiado paulatinamente. Por una parte, sí a causa de los activismos de la comunidad y, por otro lado, debido a los intereses económicos que hay detrás.
Para el capitalismo rosa no importan las personas en tanto sujetos políticos y de derechos, sino que se les relega a un estatus de consumidor. El mercado de productos y servicios específicos para la comunidad LGBTTTIQ+ genera millones de dólares en ganancias anualmente, la bandera arcoiris ya no es solo un símbolo de resistencia, se ha convertido en una estrategia de marketing para las empresas transnacionales. Con lo anterior no se resta la importancia que tiene la visibilidad de las disidencias sexo-génericas en el espacio público, por el contrario, constituye una crítica al sistema capitalista que, en su afán de la acumulación de riqueza, utiliza un movimiento político y social.
Las personas LGBTTTIQ+ no necesitan ropa arcoiris cuando decenas de crímenes de odio quedan impunes; las marcas gay-friendly están de sobra cuando mujeres trans son sistemáticamente violentadas. Los restaurantes y bares donde hombres gays blancos se divierten, no representan las batallas de los sujetos disidentes, periféricos y racializados quienes, a diario, sufren por múltiples sistemas de opresión.
El capitalismo rosa genera geografías de desigualdad en el espacio público. La Ciudad de México, al igual que otras ciudades globales, replica este sistema; existen algunos barrios donde la diversidad sexual y de género son socialmente aceptadas y se construyen como espacios seguros para la diversidad, la Zona Rosa es el ejemplo perfecto de ello.
En la alcaldía Cuauhtémoc de la Ciudad de México, a escasos pasos del Ángel de la Independencia y Paseo de la Reforma, Zona Rosa está repleta del capitalismo global en su versión arcoiris. En medio del bullicio y la oferta variada de entretenimiento, la lucha política ha quedado olvidada. Se ha producido un espacio diverso, sí, empero, esa diversidad y seguridad no es para todas las personas; los factores como clase social y el color de la piel continúan siendo características que son excluidas en los espacios configurados por el capitalismo blanco.
No, no son las mismas oportunidades las de un hombre gay blanco, habitante de la colonia Juárez con acceso al mercado de consumo, que las de una persona racializada y marginalizada, quien, en los barrios periféricos, lucha a diario por sobrevivir. El capitalismo es deshumanizador, elimina las múltiples identidades y las reduce a la capacidad adquisitiva.
En la construcción social del espacio, el factor económico es determinante en la actualidad, porque, a pesar de que los espacios públicos parecen estar más abiertos a la diversidad sexual y de género, esto solo es así en tanto las personas se reducen a potenciales consumidores. Por ello, es imprescindible que el movimiento LGBTTTIQ+ sea persistente como un actor político y social cuyas acciones pueden incidir en cambios de orden estructural, tal como se ha hecho con la despenalización de la homosexualidad; el matrimonio igualitario y los recientes avances en materia de reconocimiento de los derechos de las personas trans.
La lucha política por ocupar el espacio público de manera digna continúa para que todas las identidades y orientaciones tengan cabida en la ciudad, independientemente de su situación socioeconómica o color de piel. Lo personal es político porque lo que las personas LGBTTTIQ+ buscan son derechos, no privilegios.

Deja una respuesta