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«Acercaos cuanto sea posible a Constantinopla y a India. Sus gobernantes serán los verdaderos soberanos del mundo. En consecuencia, azuzad guerras continuas, no sólo en Turquía sino en Persia. Penetrad hasta el golfo Pérsico, avanzad hasta India».
-Pedro el Grande
Durante los últimos años, Ucrania ha sufrido las consecuencias geopolíticas de vivir entre dos hegemonías en expansión que hoy en día la han colocado como “pieza y tablero” en el escenario internacional. Desde su nacimiento como Estado independiente, Ucrania ha transparentado su interés en acercar su economía y política hacia el occidente euro-norteamericano y desvincularse de su vecino ruso.
La hegemonía rusa en la región del llamado extranjero cercano ha mostrado sus colmillos militares cada vez que un país de su cinturón de seguridad se acerca a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Lo logró en 2008 en Georgia con una guerra que dejó miles de muertos, demandas en la Corte Internacional de Justicia e investigaciones para comprobar un posible genocidio.
En enero y abril de 2021, Rusia comenzaba las hostilidades enviando tropas a Crimea y a sus fronteras con Ucrania, acto que fue calificado por el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg como “la mayor acumulación de tropas rusas desde la anexión de Crimea”. Más tarde, en agosto del mismo año, 46 Estados y organizaciones firman la “Plataforma de Crimea” en la que se exige a Rusia la devolución de la península ucraniana. En diciembre, una nota del Washington Post alerta que Moscú prepara una invasión a Ucrania para inicios de 2022; asimismo, la Unión Europea amenazó al Kremlin con sanciones si la invasión se realizaba.
Llegado enero 2022, la promesa y declaraciones rusas (y de algunos miembros de la OTAN) subieron el tono. No obstante, los primeros intentos diplomáticos hacían ver el deseo de ambas partes para resolver sus diferencias. En este mes, Washington y Moscú se reunieron en Ginebra para dar paso a una virtual desescalada, sin embargo, esta concluye sin avances. La OTAN se reunió también con Moscú y los resultados fueron los mismos que en Ginebra; al mismo tiempo, el Kremlin anunciaba ejercicios militares en Crimea y en el Cáucaso y una semana más tarde en Bielorrusia.
Ucrania parecía rodeada de lo que se perfilaba mediáticamente como la mayor de las tensiones desde la Guerra Fría, los esfuerzos diplomáticos dieron a la luz las exigencias de ambas partes: los rusos demandan que los países que se unieron a la OTAN después de la caída de la Unión Soviética no desplieguen tropas o armas en zonas donde podrían verse como una amenaza para Moscú. Asimismo, exigen que la OTAN abandone cualquier plan para que Ucrania y Georgia se unieran finalmente a la organización.
Por otro lado, la contraparte estadounidense y la OTAN han dicho que las demandas de Putin, que incluyen la promesa de nunca expandirse hacia el este a países como Ucrania, –– violan la política de puertas abiertas de la organización. El escenario internacional se observa convulso puesto que la incertidumbre es la palabra que más describe este conflicto ya que, mientras ambas partes han tomado el canal diplomático para resolver sus diferencias y exigencias, también acumulan tropas y envían armamento, occidente dentro de Ucrania y Moscú desde sus fronteras.
Sin embargo, las tensiones tomaron otra escalada cuando ambos secretarios se vieron las caras en Suiza. La reunión no tuvo avances y los esfuerzos diplomáticos con Rusia no rindieron ningún tipo de frutos; esto significaba que Estados Unidos ya no tenía el mismo peso que solía presumir en la Guerra fría.
A pesar de un primer encuentro diplomático entre Blinken y Lavrov, así como de los grandes organismos multilaterales de seguridad en Europa, las tropas rusas comenzaron a llegar a las fronteras más cercanas a Ucrania. Desde la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y la OTAN hasta Macron y Sholz, Moscú y Kiev se llenaron de jefes de Estado para bajar la tensión.
Más tarde, la nieve llegaba a los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing, y con ellos un encuentro bilateral entre Xi Jing Ping y Vladimir Putin. La reunión mostraba una especie de espejo geopolítico en ambos mandatarios, pues se ha considerado que Taiwán es para China lo que Ucrania es para Rusia, es decir, una línea roja que, al verse amenazada por un enemigo común, forzará un despliegue militar que pondría en peligro la paz y la estabilidad global.
Putin y Xi han demostrado al mundo entero que el poder económico y político global ya no está exclusivamente en las manos del occidente euro-norteamericano. Es por ello por lo que ambos mandatarios juegan un papel más que trascendental para el mantenimiento de la paz global y la estabilidad económica mundial.
Aunque algunos think tanks en Europa consideran que la invasión a gran escala es poco probable, no se descarta tampoco como una opción. En el libro de posibilidades ruso de iniciarse un conflicto, no solo se reduce a una invasión directa desde sus fronteras, sino que, dar mayor importancia a esta opción es ignorar “las otras guerras”. Es decir, Rusia puede echar leña al conflicto en el Donbass apoyando a la mayoría prorrusa con armas, otorgando más pasaportes a sus simpatizantes y avanzar lentamente hasta Kiev.
Por otro lado, los ciberataques han sido señalados por Ucrania y Washington como catalizadores de una guerra en escalas peligrosas para la información confidencial de ambas partes. Por último, un castigo energético ruso podría desencadenar una oleada de protestas al interior de varios países europeos por los altos precios del gas del que depende toda Europa.
Sin embargo, parece ser que occidente sólo es capaz de tomar en serio las exigencias rusas si hay armas de por medio. Ucrania se ha convertido en una puerta de cristal por donde podrían transitar los intereses euro-norteamericanos hacia la región eurasiática, sin embargo, si para la OTAN esto representa una entrada, para Rusia significa una puerta de salida hacia el este europeo y la costa mediterránea.
Dentro de esta lógica, existe un único dueño de la llave para abrir este paso: Estados Unidos, cuyos intereses han asentado en el pueblo ucraniano la esperanza de una economía y política más estable. No obstante, el seguro de dicha puerta ha estado históricamente en control de Rusia desde la caída del bipolarismo de la Guerra Fría y sólo puede romperse si los proyectos occidentales tratan de abrirla. En esta dirección, si la puerta se rompe y los cristales caen, solo queda un pueblo que está sufriendo las consecuencias geopolíticas de vivir bajo un modo de producción capitalista.
Desde la oscuridad de la incertidumbre, se escuchan ecos de lo sucedido en Georgia y en Crimea. Al mismo tiempo, se cristaliza y hace realidad uno de los miedos más grandes que tiene el Zar del siglo XXI, Vladimir Putin: tener tropas de la OTAN en una de sus fronteras más estratégicas e importantes para el mantenimiento de la paz en la región.
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Fuentes de consulta
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Carou, H. C. (1993). “Elementos para una geopolítica crítica: tradición y cambio en una disciplina maldita”. Eria. Obtenido de: https://bit.ly/3oTHkEs
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