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Colaborador
Decía Karl Polanyi en su clásica obra de 1957, La gran transformación, que uno de los problemas causantes de la Segunda guerra mundial fue el desarme unilateral de las naciones vencidas de la Gran guerra europea (1914-1918), pues eso impedía la reconstrucción del sistema de balanza de poder que mantuvo la paz en Europa durante el siglo XIX, y en el que el poder es rasgo fundamental. El balance o equilibrio de poder, que se podría definir como el sistema en el que se procura la estabilidad del status quo internacional a partir de una correlación más o menos equivalente de fuerzas, ha sido unas de las constantes históricas de las relaciones internacionales.
Actualmente, el conflicto en Ucrania podría interpretarse como un signo de la inestabilidad en el statu quo internacional. En esta línea, hay quienes consideran a Rusia como el claro agresor y a China como un país que ha expuesto una contradictoria “neutralidad prorrusa” (Hille, 2022), lo que la colocaría del lado de quienes desestabilizan la paz mundial.
Pero, entonces ¿cuál es el sentido geopolítico del visible apoyo que Pekín ha brindado a Moscú en la coyuntura de la guerra en Ucrania? Para responder, y más allá de sesgos ideológicos, es importante analizar el asunto con estricta lente internacionalista, sobre todo para comprender el asunto en su integralidad. Precisamente, desde la disciplina de Relaciones Internacionales (RRII) se nos ofrecen conceptos como el de “equilibrio de poder” para estudiar este tipo de procesos mundiales.
En el conflicto entre Ucrania y Rusia hay claramente un desequilibrio de poder, pues no se trata de un enfrentamiento solo entre dos países, sino entre dos Estados con claras diferencias de poderes. Para esto me apoyo en las categorizaciones propuestas por Morales Rocha y Vargas (2014), así como Morales Rocha y Durán (2016) sobre “potencias regionales” y “potencias subregionales” respectivamente. Las primeras son Estados aún en desarrollo, pero con importantes capacidades económicas y militares que les permiten influir en procesos regionales para proyección global, mientras que las segundas son Estados también en desarrollo, con menores capacidades que las potencias regionales, pero con un rápido desenvolvimiento económico que les permite tener cierto margen de autonomía asentado en una subregión.
Bajo las definiciones anteriores, Rusia es una potencia regional que demarca geopolíticamente a la región de Eurasia –énfasis en los espacios limítrofes del Estado ruso– para su proyección global, mientras que Ucrania es una potencia subregional que busca su autonomía frente a Rusia en la subregión de Europa oriental. De acuerdo con la taxonomía propuesta por Morales y Rocha (2022, p. 65), en términos numéricos esto supondría un poder mundial de Rusia que podría representarse como +3 (por tener fuertes capacidades económico-militares, socio-institucionales y comunicativo-culturales), mientras que el poder de Ucrania es +1 (por solo tener fuertes capacidades económico-militares). Claramente se observa un desbalance en favor de Rusia.
No obstante, la intención del actual gobierno ucraniano de unirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no solo reequilibró la correlación de fuerzas ya señalada, sino que las hubiese desequilibrado con saldo sumamente favorable para Kiev. Habría que recordar que la OTAN se compone de 30 países miembros, entre los cuales destacan seis potencias mundiales (Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia), cinco potencias medias (España, Holanda, Noruega, Bélgica y Dinamarca) y dos potencias regionales (Turquía y Polonia). Bajo la taxonomía de Morales y Rocha ya citada, el poder de una potencia mundial puede representarse con un +6 (muy fuertes capacidades en todos los sentidos), mientras que el de una potencia media puede representarse con un +4 (muy altos niveles de poder socio-institucional, altos niveles de poder económico-militar y comunicativo-cultural). Así, la adhesión de Ucrania a la OTAN supondría la formación de un bloque que acumula +62 versus +3 de Rusia. Fuertemente desequilibrado.
Un escenario probable podría ser que, en caso del conflicto, Rusia podría acudir a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), pues contiene una cláusula similar al artículo cinco del tratado que da origen a la OTAN y que se refiere a la asistencia recíproca. Empero, la OTSC se compone solo de seis países, de los cuales solo Kazajstán destaca en términos de poder, pues es caracterizado como una potencia subregional (+1) (Morales y Rocha, 2022, p. 69). Así, en este escenario la correlación de fuerzas sería de +62 frente a +4, aún con enorme desequilibrio.
Un aspecto no considerado por los trabajos de Morales et. al. es el papel desempeñado por las armas nucleares. Pero, a decir de Waltz (1990), probablemente el aspecto nuclear sea lo único que explique por qué el conflicto no haya escalado dramáticamente, pues ello supone un factor de disuasión entre las potencias nucleares, cuatro involucradas en el conflicto ucraniano, tres de forma indirecta (Estados Unidos, Francia e Inglaterra) y una de forma directa (Rusia). También por esto, parte de las propuestas en la mesa para la paz en Ucrania es la seguridad nuclear. El poderío nuclear supone un aspecto más cualitativo que cuantitativo para el cálculo del poder de los Estados, por lo que resultaría difícil mesurarlo en los términos que proponen Morales et. al.
Sea como fuere, y asumiendo la cuantificación del peso del poder nuclear de las potencias mundiales, se observa un desequilibrio de poder en el conflicto en Ucrania. Si Polanyi tiene razón, esto supondría un desenlace catastrófico para el orden internacional. Por ello, China ha decidido equilibrar un poco la balanza con su “neutralidad prorrusa”.
En los términos propuestos por Morales et. al., China es una potencia regional (+3 en poder mundial), además de ser una potencia nuclear (lo que sumaría al estatus M.A.D. que implica la tensión entre potencias nucleares involucradas en el asunto). Sin embargo, a esto habría que matizar un poco, pues China se podría caracterizar más bien como una potencia “regional-global” o “global-virtual” por su proyección mundial, sin asentarse plenamente la región de Asia oriental (Rocha y Morales, 2011, pp. 71-75), e importantes capacidades que le permiten superar el poder de algunas potencias mundiales. Tal vez lo anterior permitiría –aunque de forma un poco arbitraria– añadir +1 a su poder mundial, de manera que la correlación de fuerzas sería de +62 versus +7, o +8 si se considera el escenario de involucramiento de la OTSC.
Este ejercicio, simple pero ilustrativo, busca explicar el sentido geopolítico de la decisión de Pekín de alinearse con Moscú al tiempo que ofrece un discurso de neutralidad. La “asociación sin límites” que China y Rusia establecieron el 4 de febrero de 2022 ha permitido a Moscú no enajenarse de gran parte de la comunidad internacional, a pesar de los reiterados intentos de países como Estados Unidos, o algunos europeos, de prohibir cualquier indicio de presencia rusa en sus espacios nacionales. Para Pekín, poder negociar con ciertas dosis de poder mundial equitativo entre las partes es fundamental, pues ello permitiría el restablecimiento del equilibrio de poder, roto en primera instancia por las expansiones de la OTAN.
En su estudio Polanyi también advierte que el sistema de balanza de poder fue un medio para asegurar los lazos comerciales, esto en el contexto de la mundialización del modo de producción capitalista durante el siglo XIX. Si el sistema se destruyó en primera instancia, se debió principalmente a cambios importantes en las dinámicas comerciales entre las potencias, pues a menor interacción material (comercial, económica, financiera), menores los costos de romper con el equilibrio de poder. Las sanciones económicas a Rusia, la reducción del comercio ruso-europeo y el aumento en el comercio sino-ruso, la guerra comercial emprendida a la par del conflicto ucraniano –que se vio, por ejemplo, en el sabotaje al Nord Stream–, son todos procesos que reflejan cambios importantes en las dinámicas comerciales entre las potencias. Por eso, para China el cese al conflicto es prioridad, no importando la situación territorial ucraniana, en el que un quinto de su espacio ya fue absorbido por Rusia. Para Pekín, detener el conflicto para reactivar los lazos económicos es prioridad, pues de lo contrario el statu quo podría continuar deteriorándose al punto de un conflicto de mucho mayor trascendencia.
Referencias de consulta:
Morales Ruvalcaba, D., Rocha Valencia, A., y Durán González, T. (2016). Las potencias subregionales en el sistema internacional de posguerra fría: ¿nuevos actores en la política internacional? Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, 7(1), 77-107.
Morales Ruvalcaba, D., Rocha Valencia, A., y Vargas García, E. (2014). Las potencias regionales como protagonistas del sistema político internacional: cooperación y diálogo en el Foro BRICS. Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, 4(2), 237-261.
Morales Ruvalcaba, D., y Rocha Valencia, A. (2022). Geoestructura de poder en el sistema político internacional: un enfoque trans-estructural. Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, 13(1), 41-81.
Polanyi, K. (2003 [1957]). La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo. Fondo de Cultura Económica.
Rocha Valencia, A., y Morales Ruvalcaba, D. (2011). Potencias regionales en el sistema político internacional de Posguerra fría: revisión conceptual, debate teórico y propuesta de un modelo de potencias regionales-globales. (Segunda parte).” Contextualizaciones Latinoamericanas, 3(4), 1-77.
Waltz, K. (1990). Nuclear Myths and Political Realities. American Political Science Review, 84(3), 731-745.
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